Viaje al reino de los deseos: Esta obra combina el género de aventuras con lo maravilloso de los cuentos de hadas y el relato psicológico. Un titiritero, el ayudante de Maese Pedro, enloquece creyéndose máquina. La acción se activa por la urgencia de encontrar los libros que explican cómo hacer que se cumplan los deseos. Buscar los libros coincide con buscar la memoria y la identidad. ‘Habló entonces [el Caballero], le habló al ayudante de Maese Pedro y le dijo muchas cosas que éste olvidó en las brumas de una leve sensación de vértigo. La historia de su locura se confunde con el enorme, maravilloso y aventurero esfuerzo por recordar. Su gran delirio fue creer que él mismo, titiritero y escritor de ficciones, era aquel Caballero Metálico fabricado por Maese Pedro. Así empezó la historia’. ‘Mediante habilidosa conjunción de sustratos culturales y la rica imaginación del autor, se desliza el Viaje al reino de los deseos, entre los modelos de Don Quijote y Pandora’ (Virginia de Fonseca). En esta obra ‘y muy a tono con el estilo narrativo abierto en la producción anterior del autor, el paso a la fantasía se da sin concesiones, como para dejar en claro que es el espacio más genuino de la literatura’; ‘a cada momento uno tiene la sensación de que la palabra vuelve a nacer’ (Roberto Castillo).
Segunda edición en 2009 con ilustraciones del artista Álvaro Bracci
El ingenio maligno: «El libro en realidad termina donde había empezado, relatándonos otra vez el por qué el genio necesitaba crear al perro, que ahora al poner fin a la historia también debe
desaparecer y hundirse en la nada (Herra 182). El título —paratexto (Genette 84)— de la
novela se descifra precisamente en estas instancias finales, pues el Genio emerge como
ingenio maligno a los ojos de sus criaturas, a los cuales les hace creer que existen y, por eso,
ellos lo denominan así. El remate final es una solución muy borgeana, puesto que al llegar el hombre a una biblioteca donde todos los libros decían lo mismo, o sea su propia historia
(Herra, El ingenio maligno 181), y tras cerrar Aldebarán el relato, el narrador del primer
nivel diegético declara: “El desdichado [Aldebarán] ignora que solo existe porque lo
nombro. También yo termino ahora de escribir mientras espero: tal vez pase flotando el
cadáver de mi enemigo” (183). En este punto se entrelazan todos los niveles narrativos, el
del narrador, el de Aldebarán y Diógenes y el del hombre sentado en la orilla del río. Por
consiguiente, el libro —podríamos decir— se muerde la cola, ya que contiene tanto su
comienzo como su final, tanto su génesis como su agotamiento, y tal vez por esta razón no
esté muy equivocado llamarlo novela total. Cito a Albino Chacón: “Fundando la palabra,
fundando el relato, se funda el mundo” (en línea)».
Gabriella Menczel (Budapest): «Orígenes intertextuales en El ingenio maligno de Rafael Ángel Herra». Colindancias: Revista de la Red de Hispanistas de Europa Central 6: 149-158, 2015, ISSN 2067-9092
La guerra prodigiosa (1986): en esta novela, dice José Ricardo Chaves, «el autor […] combina el rigor y la estructura con una imaginación no exenta de delirio’. Hay dos personajes centrales, prácticamente complementarios: el Santo y el Demonio, aquel sin nombre, este con múltiples nombres (Belial, Adramelech, Belcebú, Satanail, etc.). Otros como Sosibios, Heliodoro, Radamante, la puta Euglosa, tienen una alta carga simbólica: corrupción, poder, lujuria. El Santo pertenece a esos ‘…que habitan cuevas como gusanos, jamás dirigen la palabra a los hombres; sólo hablan con Dios y con los demonios’. ‘ Lucifer, por el contrario como dice Chaves, es el que cuenta, dice, escribe, miente, es el que a veces habla en primera persona y otras es contado en tercera. Voz narrativa mutante. […] Podría decirse que una estructura circular ordena el texto, el flujo narrativo. Se utilizan para esto los tópicos del viaje, de la aventura que emprenden (¿quijotescamente?) los dos personajes citados. El Anacoreta prefiere la soledad que le permite entregarse a la contemplación divina, al infierno interior; sin embargo, emprende su guerra prodigiosa en travesía con su complementario compañero, Satanás. De la Tebaida hacia Alejandría y de ésta a la Tebaida: viaje circular. De la soledad de la cueva al bullicio del siglo, al barroco intelectual que dibuja una Alejandría fantástica, pantagruélica, colmada de amplio bestiario mitológico con claras referencias clásicas. El fin de la crónica, como la serpiente que se come la cola, es a la vez su comienzo (Chaves, 1988).
El genio de la botella. Relato de relatos (1990): Perropinto libera al Genio Aldebarán de una botella. Este le otorga el don de la palabra, pero lo amenaza con la muerte por darle la libertad. El perro se le enfrenta contándole cuentos y fábulas y subvirtiendo formas pedagógicas, literarias y de autoridad. «Escritura expansiva, centrífuga, inusual en nuestro medio, susceptible de muchas lecturas y relecturas, que se ve aunada a un estilo de gran eficacia, capacidad introspectiva y sugerencia». «Revaloración del arte de contar en sí mismo…» (C. Cortés, 1990). «Construyéndose sobre la base del crucigrama, la táctica del libro es la de reunir todo género de historias, ubicarlas con perspicacia y luego releerlas en todas direcciones […] En este juego embriagador el libro pone de manifiesto la tremenda energía de la palabra y las infinitas posibilidades creadoras que habitan en ella» (M. Amoretti, 1990). ‘«Los cuarenta y seis títulos de El genio de la botella, enmarcados ingeniosamente dentro de una retórica de apertura y de cierre, programaron la lectura del texto, delimitaron las reglas del juego y jugaron con los lectores […] Herra está preso (¿como El genio de la botella?) en su concepción artística, pero libre de proyectarla, destapando nuevas botellas (saberes), inventando nuevos juegos, mentiras, ambigüedades e irrealidades para producir los nuevos relatos que continuarán formando su interminable cadena»(Chaverri, 1996).
Don Juan de los manjares (2012). Esta novela cuenta la historia de Juan, publicista y gastrónomo, y de otros personajes involucrados en su vida. Macho y donjuanesco, el protagonista se esfuerza por desentrañar los goces del amor y la cocina mientras repasa en su memoria los sabores que le evocan las mujeres. Juan no solo es seductor. Comparte también —cita impostergable— las noches de los viernes con un grupo de amigos en bares de la ciudad. En el bar se vacían las emociones y se les da vida a las fantasías de machos incorregibles. Los viernes se abren las puertas de ese mundo masculino en el cual salen a luz las historias personales, los sabores y los sinsabores, mientras se solazan sin freno hablando, enfrentándose y reconciliándose.